Mis chiquitas ya no son tan chiquitas, eso no es una novedad. Este lunes que pasó, Bernarda se sumó a la actividad deportiva preferida de esta casa: la natación.

Un poco temerosa se calzó la maya, se acomodó las antiparras y salió a conquistar sus miedos. De la mano de Pía (ya es muy experimentada a sus 6 años) y con su hermana Rosario que estaba entrenando hacía una hora en la pileta, Bernarda se acercó a su nueva seño. La metí en el agua y me senté cerca.

Sus hermanas estaban en los andariveles vecinos y muy contenta ví cómo la vigilaban cuando la tenían en su campo visual.

Por su parte, Ber, se sintió como pez en el agua: metió la cabeza bajo el agua, pataleó, jugó a encontrar criaturas marinas… se divirtió tanto que no quería salir de la pileta!

Un profe se acercó y me pidió que me vaya fuera del predio porque las mamás no se pueden quedar, al parecer los chicos las ven y lloran y no quieren nadar. Obviamente no salí, mi ojo de águila no pierde detalle. Me sugirió que cuando la nena no me vea, me vaya, desaparezca! ¡casi me muero! Le dije: hagamos esto: si llora y no nada, hago lo que me decís. Mientras, las cosas las hago como me parece a mi, que no molesto a nadie.

He visto chicos que buscaban con la mirada a la mamá y no las encontraban, y sus caritas me partían el alma. La seño los abrazaban, los consolaban y los distraían. Pero no se trata de eso, ¿verdad?

Creo que no se trata de distraer al chico. Se trata de que el chico tenga confianza. Confianza en sí mismo, confianza en que mamá está para él por si él no quiere nadar más, o si necesita ir al baño, o si está frustrado y quiere un abrazo, lo que sea.

En fin, ya tengo mis tres sirenitas tres veces por semana en la pileta. Yo feliz de darles la oportunidad de hacer un deporte que les haga bien y me llena de orgullo verlas tan felices y seguras. En la tierra, en el aire y en el agua 🙂