Muchas veces he leído sobre esto: las mujeres embarazadas nos volvemos más sensibles o intolerantes gracias a las hormonas. Normalmente soy una persona tranquila, no me dejo afectar por los comentarios de los otros, vivo mi vida tranquilamente. A pesar de ser hipotiroidea, las hormonas nunca dominaron mi vida: hasta ahora.
Hace un par de semanas me siento distinta: más intolerante, más odiosa, todo me irrita, todo me cae mal. Por ahora no lo exteriorizo, después de todo, no está bueno descargar la furia con los más cercanos, aunque muchas veces ellos sean los causantes de la ira creciente.
Y no exagero al hablar de ira. La siento crecer en mi de a ratos ante las situaciones más diversas: en una reunión de padres cuando aparece la clásica mamá que la aprovecha para hacer terapia (¡cómo odio eso!) y en vez de hablar sobre los chicos y el avance escolar, se ponen a contar historias personales o a sacarse las dudas sobre otros temas. O cuando hablo por teléfono con mi papá: entre que las líneas andan mal y casi que no se escucha y él que habla solo y no te deja meter bocado, cada vez se me hace más pesado atenderlo cuando llama (lo se: ¡una gran injusticia!)
Ni hablar de los comentarios hirientes que me largan por ahí sobre las nenas y la crianza con apego: a pesar de estar acostumbrada a ellos, ahora me molestan demasiado.
Y he decidido echarle toda la culpa a mis hormonas: son las únicas responsables de mi revolución interna, de esta mujer que se está apoderando de mi buen humor y de mi bienestar. Y si ellas no son las responsables, entonces serán mi chivo expiatorio… y como todo proceso de cambio, merece la pena ser vivido a pleno, merece ser atravesado con total intensidad.
Solo espero que al término de esta revolución hormonal llegue la calma, porque hay días en que ni yo me aguanto.
Ojalá no falte tanto…
Last modified: 8 noviembre, 2013