Desde que era chica supe que quería ser mamá.  Me encantaba jugar a las muñecas y realmente lo disfrutaba. Cuando me convertí en madre por primera vez hace casi diez años, me convertí en la mujer más feliz: ¡al fin estaba completa!

Pero en ese mismo momento se abrió la caja de Pandora: la mujer que era, se transformó por completo. Nació una especie de loba. Una que se rebeló contra todo lo aprendido y lo que pretendían imponerle. Me descubrí rodeada de otras mujeres dispuestas a ayudarme y a brindarme su experiencia. Y debo decir que me fascinó formar parte de esta gran familia extendida que la vida me iba regalando.

Surgieron nuevos miedos (¡tan desconocidos!) y se esfumaron viejos temores. Descubrí que esta mujer que salió de la caja de Pandora era fuerte, decidida y con mucha confianza en sí. En cada etapa que fui viviendo como mamá, esta loba se fue arraigando más en mi interior y cada paso dado fue basado más en el instinto que en lo aprendido.

En mi maternidad el instinto es mi mejor aliado. Son muy pocas cosas las que razono y las que me hacen dudar de él. Ese fuego interior que me va guiando no me ha fallado. Por supuesto que he cometido y sigo cometiendo errores, miles de errores, pero nunca dejo de aprender de ellos. Nunca digo «se hace esto porque lo digo yo que soy tu madre«. Nunca es un «si porque si«. Reina el consenso. Y esto es otra cosa que se escapó de mi caja de Pandora.

La maternidad me sorprende cada día: está llena de sorpresas y de desafíos. Y el amor crece. Y mis hijas crecen confiadas, llenas de seguridad, con sueños, desafíos y metas. Puedo decir que son felices y esa es mi felicidad.

Gracias mamis por darme este espacio y dejarme compartir mi vida con ustedes.